La cita del pasado jueves en el Monte Gurugú de Colindres arrancó con un feliz descubrimiento en forma de gruta que, la mayoría de los asistentes, pisaba por primera vez. Galería excavada de manera artificial por sus dueños, sirvió de refugio a muchos colindreses durante la Guerra Civil. Y se empleó durante décadas para el cultivo de champiñones. Muchachos de antaño tenían allí uno de sus lugares de escapada favoritos. Actualmente en desuso, mantiene un grado de conservación digno de admirar, que agradecieron quienes asistieron a una apasionante charla a cargo del arqueólogo Ramón Montes. Un socio de Umami que comprometió su palabra tiempo atrás para llevar adelante esta enriquecedora experiencia. Con él los asistentes dieron un repaso a la historia de la presencia del ser humano sobre la tierra. Y a su llegada hasta nuestras latitudes. Auténtica lección sobre “de dónde venimos” que, a tenor de las lagunas generalizadas entre los presentes, nos certifica por qué la humanidad sigue dando palos de ciego en la segunda parte de la ecuación, “a dónde vamos”.
La segunda parte de la actividad, desarrollada en los jardines de la cafetería Gurugú, corrió a cargo de José Angel García Munua, responsable de los talleres didácticos del Museo Altamira. Otro lujazo. Con él hubo ocasión de conocer los rudimentos para encender fuego así como para su conservación y su aplicación en el hogar. Aquellas bolsas hechas con tripas de los animales se demostraron como un excelente receptáculo para contener el calor y hervir alimentos como los caracolillos. Todo previamente calentado a base de echar cantos de piedra ardiendo. Auténtico.
No menos sorprendente fue comprobar la versatilidad del sílex para procurar unos útiles de cocina que ya quisieran los de los cuchillos japoneses de teletienda. Asistir in situ al cortado de la carne de ciervo que parecía auténtico solomillo al dente fue otra experiencia rompedora para quienes allí descubrieron que lo de “primitivo” es más bien un piropo que una ofensa. Baste ver aquellas piedras dispuestas a modo de plancha que ya quisieran las más reputadas cocinas. No le fueron a la zaga en refinamiento tecnológico las sofisticadas y eficaces herramientas de caza, unas azagayas o jabalinas que, en sus vuelos de prueba, demostraron lo letales que podían llegar a ser. Entre bocado y bocado, fue llegado el momento de dar un repaso a los muchos apuntes tomados durante la charla de Ramón.
Cuestiones como saber que todos tenemos un origen común en África. Que nuestros primeros ancestros datan de hace dos millones y medio de años. Que las primeras migraciones surgieron hace millón y medio de años y se mantuvieron por oleadas hasta hace aproximadamente cincuenta mil años. Todo, con hito legendario en medio: el descubrimiento del fuego, quinientos mil años atrás. Su posesión cambió la forma de mirar el mundo: servía para defenderse, para calentarse y para “cocinar”. De hecho, según ilustra gráficamente Ramón, la cultura más el fuego dieron lugar a la gastronomía.
En origen fuimos eminentemente vegetarianos, aunque sin despreciar aquella carne que se ponía a tiro, eso sí, sin ser cazadores. Nuestra dentadura no estaba preparada para ello. En nuestra evolución natural fue un hito acabar erguidos, posición que adquirimos por una cuestión de supervivencia en medio de la sabana africana: de pie se oteaba mejor el panorama. Con ello, de paso, nos quedaron libres las manos y se dio paso a la condición de homo habilis, que procuró la capacidad para fabricar herramientas y poder cazar. Lo que propició que, desde hace millón y medio de años, la carne forme parte habitual de nuestra dieta. Curiosamente, el hábito de ingerir lácteos no se adquirió hasta hace 8.000 años, lo que, en palabras de Ramón, puede explicar el elevado índice de intolerancia a este delicioso alimento.
La charla sirvió también para entender por qué aquellos humanos comenzaron a tener michelines. Esas oleadas migratorias hacia tierras menos cálidas requerían que el cuerpo se aficionase a acumular reservas calóricas para combatir el frío. Se pasa así de la comida de subsistencia a la alimentación con claves gastronómicas. Los neandertales eran excelentes cazadores y muy buenos gourmets. Caballos, búfalos y rinocerontes estaban entre sus piezas preferidas, siendo auténticos especialistas en ciervos. El homo sapiens es prácticamente omnívoro, sabe cocinar, es excelente reloector, cazador y pescador. Llegó a estas latitudes hace treinta y cinco mil años, con un clima que inicialmente era mucho más frío que el actual, estilo Dinamarca. Su dieta –descubierta a base de analizar deposiciones fosilizadas- era a base de moras, nueces, avellanas; sin descuidar lapas, caracolillos o erizos de mar. Con un ciervo podían subsistir durante una semana veinte personas. Y ello hacía que dedicasen a cazar entre ocho o diez horas a la semana. El “dolce far niente” nos viene de lejos. Allí se aprovechaba todo. Siendo el tuétano la auténtica golosina de aquellos benditos.
Los modernos métodos arqueológicos siguen procurando valiosísima información que gracias a la magistral clase impartida en la cavidad por este entusiasta de su profesión se nos antoja como un campo de conocimiento apasionante. Confirmado: aquellos moradores de Altamira no precisaban de la guía Michelín para darse unos homenajes disfrutando de los manjares que la naturaleza había puesto generosamente a su alcance. ¡Sugerente!